Lidiar con la sobrecarga.
Por Sheila Jerónimo Psicóloga Social colegiada y psicoanalista en Centro ARPA
¿Alguna vez te has cuestionado que lo que ocurre a tu alrededor te afecta mucho?. Resuene en ti esta pregunta ¿para qué me afectan tanto las cosas?
Es momento de tomar conciencia de que estás al límite de tus fuerzas donde el estrés, la sobrecarga, la ansiedad, el agotamiento emocional se apoderan de la circunstancia y con esto hacer cambios…
Para ello, podríamos justificar que la forma en que nos afectan las cosas en un momento dado, puede partir de una condición mental determinada. Si es cierto, que el estrés eleva la susceptibilidad y que la ansiedad, hace de un grano de arena una montaña. Pero, hay que tener presente que existen, en la mayor parte de los casos, factores más profundos e interesantes del ser humano, que, ante eventos más serios y trascedentes, nos hace sentirnos completamente superados e incapaces de aplicar medidas de afrontamiento.
Las razones de por qué es esto así, es debido a que nuestro corazón no es de hierro, ni de piedra. Todos nuestros órganos se envuelven de emociones, lo cual, es normal que nos duela y nos afecten determinadas cosas. El problema está en ese momento en el que casi cualquier aspecto del día a día nos turba y exalta los miedos, las angustias y las preocupaciones.
De este modo, para empezar a vislumbrar para qué me afectan las cosas, debemos concebir nuestro interior emocional, como un vaso lleno de agua. Ésta es la mejor manera de observar cómo funciona tu interior y la gestión emocional ante los acontecimientos. El líquido que contiene son las emociones rebosadas y apunto de derramarse. Basta cualquier ligero movimiento, temblor o suspiro para notar cómo está al límite, a punto de estallar. Debido, al pensamiento excesivo que alimenta la preocupación.
Las rumias o también llamados pensamientos recurrentes, hacen llenar las noches de preocupaciones y las mañanas de cavilaciones de la mayoría de los que habitamos este mundo. Pasar semanas pensando las cosas sin tomar ninguna decisión. Acarrea obsesionarnos con el “qué pasaría si’ y el “debería” hasta hacer de nuestra mente un juez implacable que siempre nos castiga, viendo la vida entre el bien o el mal, por no hacer esto y lo otro… En definitiva, se entra en unas dinámicas mentales que alimentan el malestar y logran que todo nos afecte más de la cuenta.
La razón de para qué nos afectan tanto las cosas puede estar en el pasado: en un acontecimiento no resuelto. Hay heridas que permanecen abiertas y esto puede hacer que todo me roce, que todo me duela en exceso porque hay una lesión emocional que no he atendido aún. Es por ello que a veces reaccionamos de manera desmedida ante aspectos que en apariencia no son importantes. El umbral de sufrimiento es muy sensible y de ahí, la afección.